Vida y muerte


Nadie sabe con certeza lo que es la vida. O en todo caso, su definición tiene connotaciones tan distintas para unos y otros como personas hay en el mundo. 

Para algunos, empeñados quizás en autonombrarse científicos, la vida es un ciclo simplemente. Para otros es una oportunidad. Para casi todos lo que existe es una relación vida – tiempo. Y cuando vemos a la vida como un reloj cruel, inexorable, que nos conduce hacia la muerte, la angustia nos devora. El tiempo nos produce estrés porque es lo único que no controlamos, lo que nos domina y nos da la sensación de que nos morimos un poco con cada minuto que pasa. Corremos, corremos mucho para ganarle la carrera al tiempo, sin pensar que esa carrera no termina nunca, ni tiene una meta; y tampoco la podremos ganar jamás si nos vemos como personas que son perseguidas por un final dramático.

La vida así, se vislumbra como un eterno enfrentamiento con la muerte, una lucha, una contradicción. Por eso la muerte se convierte en la mayor negación del ser humano. Cuando utilizamos ese mecanismo de defensa actuamos como si no existiera, evadimos, evitamos y reprimimos. Y la represión causa angustia.

La paradoja es que, a pesar de que nos aterra la muerte, nuestra sociedad transmite la negación de la vida. Los medios de comunicación consolidan la cultura de la muerte a través de la presentación repetitiva de la misma y ahora en tiempo real. La violencia y el riesgo son el acompañante obligado de cada día. Las guerras, los absurdos odios políticos y raciales. El suicidio como una conducta que ya no produce espanto. Las adicciones como desprecio por la vida y de búsqueda encubierta de la muerte. Las enfermedades que diezman la población y que lamentablemente son provocadas por el hombre, la contaminación ambiental. ¿Acaso no son todas estas formas de exaltación de la no vida?
Le tememos a la muerte pero le rendimos culto a través de nuestra forma de vida.

Darle significado a la vida con frecuencia es complejo y en ciertas etapas agotador. Pero en la simplicidad lo complejo se vuelve obvio:
volvernos seres realmente útiles nos hace felices y plenos de sentido y significado. Si aceptamos y abrazamos la vida como viene y como una opción que se nos presenta con cada amanecer, estaremos en una mejor disposición para entender que lo natural es nacer, crecer, morir. Eso no significa vivir con una cercana espada de Damocles. Cierto que según Shakespeare “la vida es sufrimiento”, pero también es la asimilación de momentos de auténtica felicidad. Si repasamos cuándo nos hemos sentido más “vivos”, nos daremos cuenta de que fue en momentos de alegría y paz, pequeños pero inolvidables momentos, segundos o minutos de intensa felicidad.

Se convierte entonces en una obligación personal el estar conscientes de lo maravilloso que puede ser nuestro paso por este mundo a través del regalo divino de la vida.

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